Por: Celina Naranjo
PERDÓN, ACTO DE GRANDEZA ESPIRITUAL
Hola, amig@s:
Esta ocasión les escribo sobre el perdón, lo que esta sencilla palabra de sólo dos sílabas encierra y representa en nuestra vida, de acuerdo a mi experiencia.
“Perdón”... tan breve y fugaz en su dicción, tan corta en su escritura, pero tan profunda en su significado y enorme en su conceptualización, pero oh Dios, qué complicado es llevarla a la práctica; perdonar nos resulta tan difícil que hay quienes lo consideran como acción heroica, aunque personalmente lo valoro como un acto de grandeza espiritual.
De manera consciente o inconsciente, alguna ocasión tod@s hemos ofendido o nos han ofendido, y es ahí cuando se incuban resentimientos, rencores y hasta odios, iniciando un círculo vicioso que provoca que nuestra existencia sea cada día más difícil.
Es increíble como la vida se nos va haciendo más pesada con el paso de los años por diferentes circunstancias, compromisos y un sinnúmero de proyectos, que si bien nos permiten progresar, también nos conflictúan al saturarnos de obligaciones, pero es parte de la naturaleza humana y podría considerarse normal.
Amig@s, lo que ocurrió y no puede cambiarse, lo que nos hicieron y aún duele, no debemos cargarlo en nuestro equipaje de vida: de verdad, el resentimiento no es un artículo de primera necesidad y podemos –debemos, necesitamos- prescindir de él. No lo echemos, porque además como pesa, pues a diferencia de todo lo que llevamos, éste duele y nos impide tener la fuerza y la paz que necesitamos para dedicárselas a cosas realmente importantes.
Permítanme confesarles: cuando me percaté lo pesado de mi equipaje y que ya no podía con él, pues me sentía cansada tanto anímica como físicamente y con una gran carga en mi espalda, estaba dejando de ser yo cada día que pasaba. Me veía ante el espejo y no me reconocía: era una mujer abrumada, fastidiada, enojada, hasta desgarbada; estaba permitiendo que mi esencia y apariencia se desdibujaran. Sentía que tocaba fondo.
Afortunadamente llegó el día que me cuestioné: “¿Celina, por qué te pesa tanto vivir?” y comencé a regalarme a diario unos minutos para reflexionar y me di cuenta que lo que más me pesaba no eran los sucesos tan dolorosos y difíciles en mi vida, pues los he asimilado sabiendo que no se pueden cambiar, pero lo que se había generado a raíz de ellos, un mundo de resentimientos, rencores y odios, esos dependían únicamente de mí y sólo yo debía remediarlo, ¿pero cómo?
Haciendo un análisis auto-crítico, podemos identificar perfectamente qué es lo que nos sucede, con quién tenemos resentimiento y por qué, y aun cuando ese daño nos lo hubieran hecho con toda intención, esa persona no siente, ni sufre y muchas veces ni siquiera sabe el dolor que causa odiarlo y el sentimiento que abrigamos contra él o ella. Es decir, ni siquiera l@ estamos dañando si esa fuera la intención, como una eventual revancha o venganza. Por el contrario, los únicos afectados somos nosotros mismos.
Sea cual sea la experiencia que hayamos tenido, las ofensas o heridas sufridas, perdonando todo se limpia, se cura. No permitamos que éstas lleguen a infectarse, a pesar de que siempre permanezcan ahí, como una cicatriz. Y por si fuera poco, quiénes somos para no perdonar, o será que nunca hemos ofendido o dañado a alguien… ¡Quien esté libre de culpa, que tire la primera piedra!
El perdón alimenta el alma y fortalece al corazón, el perdón nos libera de todo lo malo y nos impulsa para seguir adelante, el perdón le regala libertad a nuestro espíritu, el perdón limpia toda herida, el perdón anula aquello que amarga nuestra vida y enferma nuestro cuerpo, el perdón tiene memoria y nos deja vivir y disfrutar el presente: el perdón es una experiencia de amor.
Por el contrario, no perdonar nos ata irremediablemente a aquellas personas que nos dañaron; el no perdonar nos envenena el alma.
Abramos nuestro corazón, demos entrada a tan noble sentimiento y de esta manera terminaremos un ciclo de amargura y dolor por nuestro propio bien, el bien de la sociedad en que nos desarrollamos y por el bien de la humanidad, convirtamos aquel círculo vicioso en un nuevo círculo virtuoso.
Cristo perdonó a quienes lo crucificaron. Juan Pablo II visitó a solas la celda del turco Mehmet Alí Agca y con la cabeza del terrorista sobre su regazo, en un acto de infinita bondad, el Papa perdonó a quien trató de asesinarlo el 13 de mayo de 1981. Qué nobleza de espíritu. Vaya ejemplo de amor al prójimo: el perdón en su máxima expresión.
El fraile dominico Henry Lacordaire pregonaba: “¿Quieres ser feliz un instante? Véngate. ¿Quieres ser feliz toda la vida? Perdona”.
Ahora es el momento de ser felices…. ¡Hagámoslo!
Esta ocasión les escribo sobre el perdón, lo que esta sencilla palabra de sólo dos sílabas encierra y representa en nuestra vida, de acuerdo a mi experiencia.
“Perdón”... tan breve y fugaz en su dicción, tan corta en su escritura, pero tan profunda en su significado y enorme en su conceptualización, pero oh Dios, qué complicado es llevarla a la práctica; perdonar nos resulta tan difícil que hay quienes lo consideran como acción heroica, aunque personalmente lo valoro como un acto de grandeza espiritual.
De manera consciente o inconsciente, alguna ocasión tod@s hemos ofendido o nos han ofendido, y es ahí cuando se incuban resentimientos, rencores y hasta odios, iniciando un círculo vicioso que provoca que nuestra existencia sea cada día más difícil.
Es increíble como la vida se nos va haciendo más pesada con el paso de los años por diferentes circunstancias, compromisos y un sinnúmero de proyectos, que si bien nos permiten progresar, también nos conflictúan al saturarnos de obligaciones, pero es parte de la naturaleza humana y podría considerarse normal.
Amig@s, lo que ocurrió y no puede cambiarse, lo que nos hicieron y aún duele, no debemos cargarlo en nuestro equipaje de vida: de verdad, el resentimiento no es un artículo de primera necesidad y podemos –debemos, necesitamos- prescindir de él. No lo echemos, porque además como pesa, pues a diferencia de todo lo que llevamos, éste duele y nos impide tener la fuerza y la paz que necesitamos para dedicárselas a cosas realmente importantes.
Permítanme confesarles: cuando me percaté lo pesado de mi equipaje y que ya no podía con él, pues me sentía cansada tanto anímica como físicamente y con una gran carga en mi espalda, estaba dejando de ser yo cada día que pasaba. Me veía ante el espejo y no me reconocía: era una mujer abrumada, fastidiada, enojada, hasta desgarbada; estaba permitiendo que mi esencia y apariencia se desdibujaran. Sentía que tocaba fondo.
Afortunadamente llegó el día que me cuestioné: “¿Celina, por qué te pesa tanto vivir?” y comencé a regalarme a diario unos minutos para reflexionar y me di cuenta que lo que más me pesaba no eran los sucesos tan dolorosos y difíciles en mi vida, pues los he asimilado sabiendo que no se pueden cambiar, pero lo que se había generado a raíz de ellos, un mundo de resentimientos, rencores y odios, esos dependían únicamente de mí y sólo yo debía remediarlo, ¿pero cómo?
Haciendo un análisis auto-crítico, podemos identificar perfectamente qué es lo que nos sucede, con quién tenemos resentimiento y por qué, y aun cuando ese daño nos lo hubieran hecho con toda intención, esa persona no siente, ni sufre y muchas veces ni siquiera sabe el dolor que causa odiarlo y el sentimiento que abrigamos contra él o ella. Es decir, ni siquiera l@ estamos dañando si esa fuera la intención, como una eventual revancha o venganza. Por el contrario, los únicos afectados somos nosotros mismos.
Sea cual sea la experiencia que hayamos tenido, las ofensas o heridas sufridas, perdonando todo se limpia, se cura. No permitamos que éstas lleguen a infectarse, a pesar de que siempre permanezcan ahí, como una cicatriz. Y por si fuera poco, quiénes somos para no perdonar, o será que nunca hemos ofendido o dañado a alguien… ¡Quien esté libre de culpa, que tire la primera piedra!
El perdón alimenta el alma y fortalece al corazón, el perdón nos libera de todo lo malo y nos impulsa para seguir adelante, el perdón le regala libertad a nuestro espíritu, el perdón limpia toda herida, el perdón anula aquello que amarga nuestra vida y enferma nuestro cuerpo, el perdón tiene memoria y nos deja vivir y disfrutar el presente: el perdón es una experiencia de amor.
Por el contrario, no perdonar nos ata irremediablemente a aquellas personas que nos dañaron; el no perdonar nos envenena el alma.
Abramos nuestro corazón, demos entrada a tan noble sentimiento y de esta manera terminaremos un ciclo de amargura y dolor por nuestro propio bien, el bien de la sociedad en que nos desarrollamos y por el bien de la humanidad, convirtamos aquel círculo vicioso en un nuevo círculo virtuoso.
Cristo perdonó a quienes lo crucificaron. Juan Pablo II visitó a solas la celda del turco Mehmet Alí Agca y con la cabeza del terrorista sobre su regazo, en un acto de infinita bondad, el Papa perdonó a quien trató de asesinarlo el 13 de mayo de 1981. Qué nobleza de espíritu. Vaya ejemplo de amor al prójimo: el perdón en su máxima expresión.
El fraile dominico Henry Lacordaire pregonaba: “¿Quieres ser feliz un instante? Véngate. ¿Quieres ser feliz toda la vida? Perdona”.
Ahora es el momento de ser felices…. ¡Hagámoslo!
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